El Madrid también sabe sufrir
La celebración de Mourinho en el césped de Anoeta fue la victoria del guerrero. El entrenador del Real Madrid ya sabía que iba a sufrir en el estadio realista y eso le pasó a los blancos, que acabaron pidiendo la hora en un partido que no cerraron porque no quisieron. El Madrid se dejó llevar tras el descanso y le susurró a la Real que podía sacar algo de un encuentro que daba por perdido.
El Madrid de San Sebastián no fue la máquina perfecta de los últimos días, pero también se demostró a sí mismo que sabe sufrir. Pareció querer saber lo que se siente cuando se pasa mal. La Real pudo aprovecharlo, aunque sólo se recuerda una buena parada de Casillas en un zurdazo de Griezmann.
En esos últimos minutos de agobio provocados por el propio Real Madrid, Sergio Ramos volvió a ser el más grande, el más rápido y el más fuerte en el centro de la defensa. Llegó siempre a tiempo y se transformó en el escudo donde murieron todas las flechas de la Real.
Higuaín, Özil, Lass y Coentrao fueron las cuatro fichas que movió Mourinho con respecto a hace tres días. El argentino fue el que marcó el gol y el portugués jugó de lateral izquierdo, el lugar en el que se ganó fichar por el Madrid. Entre los dos se cocinó el primero y único tanto del partido. Fue muy pronto, en el 9', y la Real Sociedad pensó que se le venía encima una lluvia de meteoritos.
La Real Sociedad jugó con cinco atrás y los cinco parecieron centrales. Carlos Martínez y Cadamuro, supuestos laterales, ni pasaron de su campo en toda la primera mitad. La línea estuvo clavada al límite del área y tampoco detectó a Coentrao e Higuaín en el gol. El ex del Benfica asistió al espacio e Higuaín marcó delante de Bravo con la tranquilidad y la confianza de los más grandes asesinos del área. Cometió un crimen con delicadeza.
Un paréntesis
Se adelantó el Real Madrid e hizo lo que quiso hasta el descanso. Asfixió a la Real y mandó con calma utilizando el balón como somnífero. La máquina no generó tantas ocasiones como otras veces, y las que hubo las sacó Bravo, de nota, especialmente, en un mano a mano con Higuaín.
El vendaval amainó en la segunda mitad y el Real Madrid se la jugó. No cerró el partido y la Real, con Griezmann en el campo, creyó en lo que antes pareció increíble. No fue el partido de Cristiano, tampoco el de Özil, que no abrió los ojos. Pitó Undiano y el sonido del silbato fue para Mourinho la proclamación de una victoria de ejércitos de enjundia.
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