El Real Madrid es una avalancha de juego. Un rodillo que aplasta al osado que se atreve a cruzarse en su camino. Destruye rivales con el balón, con un juego de pase y combinación y apoyado en ese imponente poderío físico que agota a cualquiera que quiera seguir ese ritmo imposible. Y todo sin olvidar el contragolpe, elevado a la categoría de arte por este equipo. Tanto ha crecido el Madrid, que esas contras que antes se presentaban como el único argumento de ataque son ahora sólo un recurso más. ¡Pero qué recurso! Le ha cogido el gusto el Madrid a tener el balón y tan cómodo se encuentra que hay rivales que apenas lo ven. Y cuando pierde la pelota, el Madrid es capaz de llevar la presión hasta el borde del área rival. La sensación de agobio que consigue con ello ahogó al Villarreal, como antes lo hizo con Málaga y Lyon.
Los contrarios no le aguantan al Madrid en pie ni un asalto. La resistencia del Villarreal duró cinco minutos. A los 11, ya había recibido dos goles y a la media hora, el Madrid tenía el encuentro solucionado. La efervescencia que se vio en ese tiempo no tuvo continuidad, porque tampoco le hizo falta al Madrid, que reservó fuerzas, bajó el ritmo y se dedicó a jugar con el reloj como antes hizo con el Villarreal.
Perdida la referencia del balón, el elemento que ha dado sentido a su juego y le ha permitido crecer, el Villarreal sólo fue capaz de deambular por el Bernabéu, expuesto sin ninguna protección a la tormenta de juego que le cayó encima. Este equipo, que siempre fue alegre y atrevido, tiene ahora cara de angustia. Los partidos que antes disfrutaba, ahora los sufre.
Todo lo contrario que Sergio Ramos, que parece haberse liberado y desde la posición de central ha crecido tanto como futbolista y tan seguro está, que nadie pone en duda ahora mismo que es el jefe de la defensa. Está inmenso Ramos. Atento, siempre en su sitio, rápido al cruce, dueño del espacio aéreo y capaz de dar una salida limpia al balón. La transición desde la defensa hasta Xabi Alonso es ahora menos traumática y Marcelo cabalga por su banda con tranquilidad y las espaldas bien cubiertas.
Comodísimo en ese hábitat que tan bien domina en el centro de la defensa, Ramos también muestra su poderío en el área contraria, donde su cabeza emerge con frecuencia por encima de los rivales en las acciones de estrategia. Sólo necesitó tres minutos para cabecear a gol un saque de falta, en una acción invalidada por fuera de juego.
Y a la altura de Ramos se puede situar a Di María, que marcó un gol y participó en los otros dos, firmados por Benzema, que completó otro encuentro excelente, y Kaká, que con espacios por delante y recuperada la confianza se vuelve a sentir futbolista.
Tres goles diferentes, todos bellos, tres formas distintas de interpretar este juego. El primero llegó a los cinco minutos, cuando un gran pase de Di María lo mejoró aún más Benzema, que con sutileza situó el balón por encima de Diego López. El segundo tanto surgió de una combinación entre Di María, Benzema y Kaká, que éste concluyó con un tiro de precisión desde el borde del área. El tercero fue la culminación de un contragolpe perfecto. El Madrid robó el balón en su área, Kaká inició una rápida transición hasta Benzema, que devolvió el regalo a Di María y con un pase fenomenal dejó al argentino solo ante Diego López, al que superó con maestría en el mano a mano.
Entre medias de esa tormenta de fútbol reclamaron su protagonismo Diego López, que desvió un potente disparo de Cristiano, que completó un partido demasiado gris y pareció ausente, y el árbitro Pérez Lasa, quien señaló un fuera de juego que no era cuando Marco Ruben se quedaba solo ante Casillas. El marcador señalaba entonces un 2-0.
De ahí al final no hubo más historia que la que dejaron los cambios efectuados por Mourinho, que permitió a Di María y Benzema disfrutar de la ovación del público cuando fueron sustituidos por Özil, que continúa siendo una sombra de lo que debe ser, e Higuaín. Y por primera vez en toda la temporada, el técnico pudo dar unos minutos de descanso a Xabi Alonso, reemplazado por Coentrao. Este cambio dibujó en los instantes finales un mediocentro formado por el portugués y Khedira.
El Villarreal afrontó con más intensidad la segunda parte y lo mejor que se puede decir de él es que nunca perdió la dignidad.
AS.COM